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Una noche tormentosa
De esas que a mí me gustan
Me senté sobre mi tumba
Para contemplar la lluvia.
 
Me lleve una sorpresa
Que me llenó de alegría
Al ver como mis huesos
Brillan como la ardentía.
 
Bonita mi calavera
Donde la lluvia rebota
Convirtiendo a las gotas
En diamantes y esmeraldas.
¡Qué bonito luce el Morro!

Con su huerto engalanado

Las flores de los pericos

De los muros van colgando

El aljibe con sus macetas

Todas con claveles blancos.

Los macetones de lajas

Sacadas de tus volcanes

Con sus rosas rojas que

Embellecen el paisaje.

Adiós casita del Morro,

El Japón, decía mi padre,

Magdalena la del Morro

Conocían a mi Madre.

   
Ya el reboso no es igual,

Tampoco lo son las arenas.

Ni las noches, ni la Luna.

Ni siquiera las estrellas.

 

El mar, ya perdió su sombra:

El reboso sus arenas.

Las estrellas sus destellos

Y la Luna sus mareas.

 

Las Canteras  un paseante

Amante de su ribera

De su brisa y sus olores.

Provenía de otra tierra.

 

Un infarto traicionero,

Más alto dejó su huella;

Arrebatando a su cuerpo

Pero dejando su escuela.

 

Defensor como ninguno,

De las Islas, la que fuera

Amigo de todo el mundo

Poeta, donde los hubiera.

El día que yo me muera,

Que mi cuerpo sea quemado

Recojan sus cenizas

Las echen en Porto-Naos.

Para cuando vuelva a nacer,

Pueda renovar el contrato

Ser de nuevo marinero

Revivir en el pasado.

No perder mi costumbre

Vivir siempre enamorado

Compañero de la Luna

De la noche apasionado.

 

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