Imprimir 
Nada me dicen las nubes cuando me tapan la luz,

Ni el frío viento del norte que mi vejez quebranta,

El silencio de tus labios, me dicen que tu cariño perdí.

El mar embravecido como un dromedario en celo,

Al vuelo raso de los infatigables alcatraces blancos,

Que como mortíferos torpedos, atacan al banco de majuga.

Nada me dicen los dioses que desoyen  mis lamentos

Cuando por la indigencia del alma, me condenan,

Con querencias marchitas, ajadas por las aventureras traiciones,

Anhelosas de conquistas, perdedoras de ilusiones,

Ganadoras del  Infierno.